Beata María Crescencia: La Violeta del Huerto

La Hna. María Crescencia Pérez fue conocida como “Sor Dulzura” por la entrega con que dedicó su vida a los enfermos. Hermana de las Hijas de María Santísima del Huerto, sus restos descansan, incorruptos, en la capilla del Colegio de la Ciudad de Pergamino. Fue proclamada Beata el 17 de noviembre  de 2012.

 En Buenos Aires, el 17 de agosto de 1897 nació María Angélica Pérez, quinta hija de inmigrantes españoles. Al igual que sus once hermanos, fue criada en un ámbito de fe, rezos diarios del Rosario y visitas a misa cada domingo, sin importar lo lejos que estuvieran de la Iglesia. Tuvo un ejemplo de sacrificio y de servicio a los demás. 

La enfermedad de su madre, hizo que la familia se trasladara en 1905 a Pergamino, en busca de un mejor clima que posibilite su recuperación. 

En 1907, junto a una de sus hermanas, María Angélica ingresó como interna al “Hogar de Jesús”, una institución educativa de Pergamino que estaba a cargo de la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora del Huerto.

En este lugar María cursó la primaria y tomó clases de costura y bordado. Aquí encontró su vocación e ingreso al noviciado. Siempre demostró una personalidad especial que aportaba alegría, buena disposición, generosidad, también piedad religiosa y hábitos de orden, obediencia y sacrificios. De buen carácter y tono muy dulce, siempre estaba dispuesta a ayudar a todos. Ayudaba en la atención y en el cuidado de las internas, en la enseñanza y en el catecismo de estas chicas.

En septiembre de 1916, María Angélica Pérez cambió su nombre, según costumbre de la época, por el de María Crescencia, en honor del santo mártir Crescencio, cuyas reliquias fueron colocadas en el altar mayor. 

En septiembre de 1918 la Hna. Crescencia hizo su Profesión Religiosa, que renovó por seis años hasta que, el 12 de enero de 1924 emitió su Profesión Perpetua.

Los enfermos fueron  su causa: en diciembre de 1924, es trasladada al Hospital Marítimo de Mar del Plata. A partir de esta tarea su compromiso, su sentido del deber y del amor al prójimo la colocarían en otro lugar. Estaba en el pabellón Santa Rosa de Lima que albergaba a las niñas que padecían tuberculosis ósea. Las ayudaba en el aseo y su higiene personal, era la responsable de su alimentación y de su educación. Además, les enseñaba a orar, les daba clases de catequesis y las preparaba para recibir su primera comunión. Las niñas internadas amaban a la Hermana Crescencia . 

En febrero de 1928 su salud comenzó a deteriorarse por lo que sus superiores decidieron, para cuidarla, trasladarla a otro lugar donde el clima la ayudara en su recuperación, Pergamino. 

El 8 de marzo de 1928, Crescencia llega a la comunidad de Vallenar, Chile, localidad que había sufrido una fuerte epidemia y un terremoto, para entregar su amor y a dar todo en pos de una comunidad tan necesitada. Pero ella ya estaba enferma y no se le permitía estar en contacto con los pacientes, por lo que era la responsable de la farmacia, de la cocina y de la dieta de cada paciente internado. Además, se ocupaba de la capilla del hospital, de la dirección del coro y de dar clases de catequesis. 

El clima en la región pareció hacerle bien, por lo menos los primeros dos años. Pero en 1930 contrajo bronconeumonía y agravo así su estado de salud. Meses después fue diagnosticada con tuberculosis pulmonar.

En 1931, viajó a la localidad de Quillota, a la Congregación de las Hermanas del Huerto,  una casa para realizar ejercicios espirituales. Pero finalmente es internada en el Hospital de Freirina bajo estrictas condiciones de aislamiento permaneciendo en absoluta soledad.

Tras meses de dolor y sufrimiento, la Hermana María Crescencia falleció un 20 de mayo de 1932, a los 34 años de edad. Su legado de amor, compromiso y cuidado al otro se reflejó en los rostros tristes y conmovidos de cientos de personas que salieron a las calles a darle su último adiós a quien llamaban “La Santita” o “Sor Dulzura”.

Escritos de la época dicen que la Hermana Crescencia, en momentos antes de su muerte, tuvo en visión la visita de San Antonio María Gianelli. Además, momentos antes de su partida, y desde el cuadro de la Virgen del Huerto, vio cómo María la bendecía y le entregaba al Niño Jesús. Las Hermanas que estaban en ese momento acompañándola, veían cómo ella alzaba los brazos queriendo abrazar y recibir al Niño Jesús.

En su agonía pidió a las Hermanas que rezaran al Sagrado Corazón de Jesús, cuya imagen estaba colocada frente a la cama. Fue el mismo Señor quien le hizo sentir su presencia divina y misericordiosa y la impulsó a repetir las palabras que Él mismo le enseñó: “Corazón de Jesús, por los sufrimientos de tu Divino Corazón, ten misericordia de nosotros”.

En sus últimas palabras, la Hna. Crescencia pidió bendición para ella y sus Hermanas. Y al final oró al Corazón de Jesús por Chile, pidiendo por la paz y la tranquilidad de esa nación.

Ese mismo día, en Quillota, la Comunidad de las Hermanas del Huerto olía distinto... Un intenso aroma a violetas perfumaba todos los ambientes. Era mayo, no era temporada de violetas. Las Hermanas, sorprendidas por tan intenso aroma, comprendieron que María Crescencia, esa Hermana tan especial, había muerto.

El cuerpo de la Hermana María Crescencia permaneció en Chile hasta 1986, cuando sus familiares decidieron repatriarlo a Pergamino. Actualmente sus restos descansan incorruptos en la capilla del Colegio Nuestra Señora del Huerto de la Ciudad de Pergamino, Provincia de Buenos Aires.

 

¿Qué nos enseña nuestra Beata María Crescencia Pérez?

Ante todo, nos invita a reforzar nuestra fe en Dios, a vivirla, a testimoniarla, a compartirla y a no avergonzarnos del Evangelio. La fe es luz, vida, sabiduría, sal de la tierra. Es un bien precioso que hay que conservar y dar.

Nos exhorta a la imitación de su vida santa, sobre todo de su espíritu de oración y de servicio a los pobres, a los pequeños, a los enfermos. La fe es operativa y ofrece a la sociedad las energías necesarias para aliviar los sufrimientos del prójimo, consolando a los afligidos, pacificando los ánimos. Los santos son auténticos benefactores de la humanidad, con su vida evangélica buena.

Con la beatificación de hoy, Sor María Crescencia Pérez es presentada por la Iglesia como intercesora nuestra ante Dios Trinidad. El Beato Juan Pablo II decía: «Los Beatos y los Santos de América acompañan con solicitud fraterna a sus compatriotas, hombres y mujeres, entre gozos y sufrimientos, hasta el encuentro definitivo con el Señor»

En fin, la Beata Sor Dulzura nos exhorta a la amabilidad, a la serenidad, a la alegría, a la alegría. La sonrisa en familia, en comunidad, en la sociedad es un rayo de sol que alivia el corazón, disipa el mal humor y anima al bien y al optimismo.

 “Si, la Iglesia entera se alegra por esta Hija suya predilecta, Argentina puede estar orgullosa de haber dado a la patria una gran benefactora…”